Invisible

Nosotras, las invisibles

Reconoceré, que jamás me hubiese imaginado, al quedarme embarazada,  que me dedicaría a esto.

Reconoceré, que jamás habría imaginado nada de lo que vivo a diario. 

Seamos sinceros, todos  diseñamos una vida normal para el bebé que engendramos. 

Así,  me quedé sola en el salón esperando encontrar respuestas a tanta sospecha que no sabía etiquetar.

Con mi bebé en brazos, en la noche oscura la angustia me destrozaba. 

A hurtadillas lloré aquella terrible noticia. Aprendí primero a superar mis miedos y luego, a la fuerza y sin remedio a especializarme en mi autismo. 

Terapias, caer y levantarme sin perder el norte porque era madre de dos hermosos niños, a los que no podía fallarles. 

Épocas de delgadez extrema y muchas noches sin dormir. 

Máster en registros y anticipación a la misma vida para evitar la hecatombe. 

Y aún, hay gente que me dice «Que por qué no trabajo…» 

Es entendible, en una sociedad de escaparate, el dedicarte a tus hijos, sin contrato, sin seguridad social, sin horario ni vacaciones. Y hacerlo con amor y devoción es poco.

Que aprender hablar en clave de terapeuta y luchar a diario por sus derechos, no lo entiende cualquiera.

Que tus planes vayan en función de las necesidades de tu hijo, en ocasiones, es difícil de explicar.

Sí,  yo soy una invisible. Que me tiembla el alma cuando mi trabajo se tuerce porque es mi hijo. Cuando sea mayor no tendré respaldo económico ni título enmarcado, pero la conciencia muy tranquilidad y la seguridad de saber que hice lo que el corazón me pedía. Lo que me hacía feliz, a pesar de trabajar siempre con el alma en la mano.

Qué será de nosotros? 

Qué pasará, si al amanecer, al abrir los ojos, seguimos siendo los de siempre.

El otro día, en la salida del colegio, una madre con la que suelo cruzarme, se me acercó y me dijo algo tan bonito que me tocó el alma.

«Da gusto veros, siempre con esa sonrisa y esa ternura que desprendeis »

Pensé decirle que en ocasiones lloro, y además,  me gusta hacerlo a modo de película clásica,  para todo soy muy intensa.

Que he vivido momentos horribles. Noches largas y días interminables, en los que estábamos perdidos.

 Me agoté tanto !

Qué sólo entonces pude aceptar que al abrir los ojos, seguíamos siendo nosotros.

Bajo la ducha, con la cabeza agachada, vi salir por el desagüe los prejuicios que me tenían rota y sangré lentamente el tumor que rompía nuestra paz.

Ya no me dan resaca las lágrimas, ni me nubla la vista la luz del día porque he comprendido el verdadero sentido de mis días. 

Tú,  amor, con tu cariño y ternura me has curado las heridas. Y ahora sé,  que tu amor me hace fuerte y tu sonrisa me da vida.

Tkm ❤

Mujer trabajadora

El Día de la mujer 
Pertenezco a un grupo de mujeres que dedican su vida a sus hijos. No tengo sueldo ni contrato pero soy madre y además, cuidadora de un niño con autismo a tiempo completo y las horas extras se pagarán en la otra vida.
Hay épocas maravillosas pero también existen días oscuros y agotadores.
No tengo capa ni poderes. Ni los deseo.
No soy divina ni perfecta , ni me interesa.
No soy ejemplar en las labores del hogar y me alegro.
Mi trabajo son mis hijos. No puedo dejar los problemas en la oficina cuando surgen. Nadie cubre mis bajas por enfermedad. No tendré pensión que me respalde…
Pero apesar de todo, me gusta pintar mis labios y frivolizar con días de tiendas.
Me pierdo por un una charla con amigas para desintoxicarme de las noches cortas y los días largos.
Necesito vida en pareja para sentir que estar viva es algo más que la recogida colegios, extraescolares o canal Clan.
Me gusta llevar falda, sin sentir que vendo carne.
Me gusta sonreír a diario para sentirme plena, prefiero vivir el ahora porque el mañana no sé si existirá.
Me gusta ser mujer aunque en ocasiones no sea fácil.

Me gusta el chocolate

A modo de confesión, reconozco que me gusta el chocolate. 

En una visita rutinaria al dentista, hablando de tomar una decisión  acerca de una pieza dental. Me soltó a quemarropa «A su edad ya no es aconsejable…» , después de escuchar en tres ocasiones lo mismo, allí con mis Converse elevadas y mis pantalones rotos en la rodilla, como la moda manda. No me dolía la muela, me dolía el alma.

Camino a casa, en cada semáforo revisaba de perfil las arrugas de mi cara.

Superada la infección del ego. En una reunión una amiga me suelta si tengo problemas.

 A voz de pronto, pensé que mi cara reflejaba el miedo al futuro incierto de mi hijo. Que en ocasiones la ansiedad se apodera de mi. Que me tiembla la voz los días grises del autismo.

Pero jamás pensé lo que escuché 

«Por qué había engordado tanto!!??»

En ese momento, volví a la  consulta del dentista, rota y dolorida.

A modo de confesión, reconozco que me gusta el chocolate y reírme a carcajadas.

Que ser mujer es algo más que un canon perfecto, que estoy aburrida de hacer sentadillas cuando paso la mopa. 

No quiero venderle a mis hijos una estúpida vida de escaparate. Que la belleza es algo más que un cuerpo y la felicidad algo más que un patrón de Zara.  Me gusta la gente que tiene brillo en los ojos y sabe ver lo bonito en el otro. Odio la envidia entre mujeres y de la edad,  lo que más me duele, es perder fuerza para enfrentarme a mi vida

La próxima vez, que me preguntes si estoy con tiroides o consuelo , te diré que «me encanta el chocolate».