Nosotras, las invisibles
Reconoceré, que jamás me hubiese imaginado, al quedarme embarazada, que me dedicaría a esto.
Reconoceré, que jamás habría imaginado nada de lo que vivo a diario.
Seamos sinceros, todos diseñamos una vida normal para el bebé que engendramos.
Así, me quedé sola en el salón esperando encontrar respuestas a tanta sospecha que no sabía etiquetar.
Con mi bebé en brazos, en la noche oscura la angustia me destrozaba.
A hurtadillas lloré aquella terrible noticia. Aprendí primero a superar mis miedos y luego, a la fuerza y sin remedio a especializarme en mi autismo.
Terapias, caer y levantarme sin perder el norte porque era madre de dos hermosos niños, a los que no podía fallarles.
Épocas de delgadez extrema y muchas noches sin dormir.
Máster en registros y anticipación a la misma vida para evitar la hecatombe.
Y aún, hay gente que me dice «Que por qué no trabajo…»
Es entendible, en una sociedad de escaparate, el dedicarte a tus hijos, sin contrato, sin seguridad social, sin horario ni vacaciones. Y hacerlo con amor y devoción es poco.
Que aprender hablar en clave de terapeuta y luchar a diario por sus derechos, no lo entiende cualquiera.
Que tus planes vayan en función de las necesidades de tu hijo, en ocasiones, es difícil de explicar.
Sí, yo soy una invisible. Que me tiembla el alma cuando mi trabajo se tuerce porque es mi hijo. Cuando sea mayor no tendré respaldo económico ni título enmarcado, pero la conciencia muy tranquilidad y la seguridad de saber que hice lo que el corazón me pedía. Lo que me hacía feliz, a pesar de trabajar siempre con el alma en la mano.
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